En el corazón de Bogotá, la capital colombiana, la infancia enfrenta un oscuro desafío: la violencia. El espectro de la tragedia se materializa con cifras alarmantes, donde 119 niños y adolescentes perdieron la vida en escenarios violentos solo durante el año 2023. La historia del pequeño Dilan Santiago Castro, cuyo fatal destino fue marcado por una asfixia mecánica en Usme, pone rostro a un problema que trasciende estadísticas.
La violencia fatal contra los menores de edad es un fenómeno multifacético. De las 119 vidas truncadas, 48 fueron resultado de homicidios, 19 ligados a accidentes de tránsito, mientras que 22 fueron catalogados como accidentales. Lamentablemente, 30 niños y adolescentes encontraron en el suicidio un escape a sus circunstancias, subrayando una crisis que demanda atención inmediata.
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Más allá de la mortalidad, la vulnerabilidad de los jóvenes bogotanos queda expuesta también a través de lesiones no mortales, que en 2023 ascendieron a miles de casos. A saber, los delitos sexuales afectaron a 3,167 menores, seguidos por 2,003 episodios de violencia interpersonal y 1,927 de violencia intrafamiliar. La violencia de pareja, las lesiones accidentales y los eventos de transporte también contribuyeron a esta sombría realidad, con 132, 107 y 307 casos respectivamente.
Estas cifras desencadenan una reflexión crítica. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar ha hecho un llamado urgente por el respeto y la protección de niños y adolescentes, instando a una movilización colectiva que incluya a la comunidad, las familias, el Estado y las organizaciones pertinentes.
Sin embargo, el compromiso parece insuficiente frente a hechos tan atroces como la detención de un joven de 25 años en Estados Unidos, por torturar y abusar sexualmente de su hijastro de apenas 17 meses en La Candelaria, Bogotá. El pequeño fue llevado al hospital por su abuelo, quien desconocía la verdad detrás de las lesiones que presentaba y que, desafortunadamente, le costaron la vida.
Por otro lado, la seguridad en las calles también se presenta precaria, como lo demuestra el reciente caso de dos menores drogados y manipulados por conocidos de su entorno familiar en Bosa. La Policía Metropolitana de Bogotá identificó a los presuntos agresores relacionados con una peluquería frecuentada por la madre de uno de los niños.
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