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Tres décadas de cambios climáticos en el Páramo de Chingaza

por: Sala de Redacción

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El páramo de Chingaza, una joya natural ubicada entre los departamentos de Cundinamarca y Meta, ha sido testigo silencioso de los cambios climáticos que han transformado su paisaje y su clima durante las últimas tres décadas. Julio Rozo, un experimentado trabajador de 62 años de la Empresa de Acueducto de Bogotá, ha vivido en carne propia estos cambios desde que llegó al páramo en 1997, cuando las condiciones eran drásticamente diferentes.

A su arribo, Rozo recuerda que el frío imperante obligaba a vestirse con doble pantalón, overol y una chaqueta gruesa para soportar las temperaturas que rondaban los cero grados centígrados. Entre sus memorias, destaca la constante niebla que cubría el paisaje, haciendo que el sol apenas se mostrara por breves instantes antes de ser tragado nuevamente por el cielo encapotado. Llegar al embalse de Chuza, en el corazón del páramo, es un desafío por sí mismo: un recorrido de más de dos horas y media por una carretera angosta y destapada que zigzaguea hasta el punto más alto, bordeando abismos y cruzando caminos que obligan a los conductores a reducir la velocidad.

Experiencia de Julio Rozo en el Páramo de Chingaza

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Julio, aunque no es meteorólogo, se ha convertido en un testigo directo de la transformación climática de Chingaza. Hoy en día, el sol brilla intensamente durante gran parte del día, una realidad que contrasta con el Chingaza de hace 30 años. "El sol quema más ahora en Chingaza que en Girardot", comenta Julio, refiriéndose al municipio conocido por su clima cálido. Esta frase refleja el notable incremento en la intensidad de los rayos solares en una zona que antaño era conocida por su clima mayoritariamente nublado y frío.

A lo largo de su vida profesional, Rozo pasó de ser un oficinista en Corferias a manejar maquinaria pesada. Su empeño y dedicación lo llevaron a aprender a operar grandes vehículos, desde camionetas hasta retroexcavadoras, y eventualmente a convertirse en instructor de maquinaria pesada. Su adaptación a la vida en el páramo significó alejarse de familiares y amigos, mientras que la falta de tecnología y comunicación en el campamento dificultaba el contacto con el exterior. En aquellos años, el acceso a un viejo televisor y un teléfono empotrado, que dependían de las inclemencias del tiempo, eran los únicos medios de conexión con el mundo exterior.

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Las condiciones han cambiado con el tiempo, pero los retos persisten. Julio sigue trabajando en el mantenimiento de las carreteras que rodean los embalses de Chuza y San Rafael, aunque ahora el clima es diferente. El aumento de las temperaturas y la reducción de la nubosidad han hecho que los rayos del sol sean más intensos. Este cambio no es solo una percepción personal; las condiciones climáticas actuales han alterado los ecosistemas locales, afectando tanto a la flora y fauna como al almacenamiento de agua en el embalse.

La vida en el páramo es un desafío que pocos trabajadores logran sobrellevar. Julio y su colega Cherman Ardila son de los pocos que han permanecido por casi tres décadas. La falta de lluvias es otra característica inquietante de los últimos años. Los registros muestran episodios de sequía prolongada, como uno de 34 días sin lluvia que solo fue interrumpido por una breve llovizna.

Rozo ha tenido que sacrificar momentos personales importantes por su trabajo, incluyendo festividades como la Navidad y Año Nuevo, lo que en el año 2000 casi lo lleva a retornar a la ciudad. Sin embargo, su conexión con Chingaza lo hizo volver tras dos años, y desde entonces, ha hecho del páramo su refugio.

Chingaza es más que un lugar de trabajo para Rozo; es un entorno que ha aprendido a amar y proteger. Disfruta de la presencia de la fauna local, incluyendo osos de anteojos, venados, y los imponentes cóndores andinos. Julio afirma con orgullo haber sido el primero en avistar un oso de anteojos en el páramo, un evento que aún narra con emoción.

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A pesar de los cambios, Rozo sigue comprometido con su labor, recientemente dedicado a remover materiales con retroexcavadora del río Chuza para evitar que sean arrastrados al embalse, asegurando así que no se reduzca su capacidad de almacenar agua. Esas labores son esenciales, especialmente ante la amenaza constante de fenómenos climáticos como El Niño, que han tenido un impacto significativo en el nivel de agua del embalse en el pasado.

Las huellas del impacto del cambio climático son visibles también en las estructuras que emergen cuando los niveles de agua disminuyen. En abril, durante un periodo de racionamiento, las viviendas sumergidas en la construcción del embalse reaparecieron, recordando las fluctuaciones históricas en las condiciones del páramo.

Julio Rozo representa a los guardianes invisibles de los ecosistemas críticos para el abastecimiento de agua de Bogotá y sus alrededores. La historia de su vida en Chingaza no solo es un testimonio del cambio climático, sino también un recordatorio del complejo equilibrio que sostiene estos ecosistemas y de la importancia de quienes, como él, dedican sus vidas a mantenerlo.