Al cruzar el umbral de la redacción de El Espectador, uno es inmediatamente transportado a una época de resiliencia y valentía histórica. Las paredes se visten con ediciones que son más que papel y tinta; son el testamento de un compromiso indeleble con la verdad y el periodismo. Entre ellos, resalta la edición del 18 de diciembre de 1986, que lleva consigo la lacerante noticia del asesinato de Guillermo Cano Isaza, director y emblemática figura del diario, y la cubierta del 3 de septiembre de 1989, que proclama “¡Seguimos adelante!”, frase que se erige como símbolo de la tenacidad editorial ante la destrucción dejada por un carrobomba.
Al indagar sobre la presencia omnipresente de estas reliquias, nos encontramos en la oficina de Fidel Cano, actual director y sobrino de Guillermo Cano. Rodeado por un santuario de memorabilia periodística y símbolos de su afición deportiva, expresa la filosofía que guía al diario: el deber de continuar el legado de aquellos que, aun en las sombras de la adversidad, no flaquearon en su búsqueda por la verdad.
La tenacidad de El Espectador es heredada, vivida. Fidel Cano rememora la pérdida de su tío como si fuese ayer, un punto de inflexión donde los lazos familiares y profesionales se entrelazaron en una sola misión: persistir. Aquel día, los jóvenes redactores, entre ellos Fidel, asumieron la estafeta periodística que la tragedia les impuso, un peso que llevaban sin preparación para las sombras de guardaespaldas o el eco de amenazas.
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Sin embargo, la verdadera prueba llegó con el estruendo de la bomba de septiembre de 1989. El caos y la destrucción no socavaron el espíritu de la redacción; al contrario, amalgamaron una determinación férrea en los trabajadores, que limpiaron los escombros y, con las máquinas sobrevivientes, imprimieron el mensaje que hoy resuena como un mantra: “seguimos adelante”. Fidel Cano describe aquellos momentos como un renacimiento profesional y humano que, a pesar del miedo, nunca permitió que el “barco” naufragara.
A través de los años, incontables periodistas han formado parte de la tripulación de El Espectador, cada uno sumando al legado con su singular aportación de esfuerzo y dedicación. La convicción de Cano es clara: el periodismo de El Espectador ha sido una batalla costosa, sí, pero incalculablemente valiosa, una promesa a sus lectores y al país de nunca ceder ante la coerción de las armas.
El espectáculo de perseverancia editorial de El Espectador no solamente documenta la historia, sino que la crea. Con cada edición, el diario refuerza su papel como bastión de la prensa libre, recordándonos que la verdadera fuerza radica en la voluntad de seguir adelante, de no claudicar ante la adversidad y de preservar, contra viento y marea, la esencia de un periodismo que defiende la verdad y honra la memoria de aquellos que han hecho de esta noble causa su vida.
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