Para muchos viajeros, las características del Museo Salto del Tequendama, por su ubicación, edificación poco uniforme y el hecho de permanecer envuelto sobre una densa neblina que cubre todo el cañón, donde se ubica el imponente castillo, lo hace lucir como una experiencia propia de películas, pero lo cierto es que una vez dentro de esta impresionante edificación; la sensación de paz es indescriptible. Es sin duda alguna un viaje a la cultura y la mitología de la presencia de dioses en Cundinamarca.El salto del Tequendama, es la cuna de un mito Muisca que narra que esta cascada natural ubicada a 30km al suroeste de Bogotá, se formó por acción divina. Cuenta la leyenda que el dios Bochica, tras un fuerte diluvio, golpeó con un bastón una muralla de piedras, desinundó la sabana y dio origen al Salto de Tequendama que seria el refugio a la diosa Bachué. Seguramente, así fue. Ese gran muro de roca bañado por la cascada es muestra de la maravilla de la naturaleza, los reflejos de la luz se estrellan en la nube de vapor que flota sin cesar por encima de la catarata; la división al infinito de esta masa vaporosa vuelve a caer en perlas húmedas; el ruido de la cascada se parece al rugir de un trueno y se repite por los ecos de las montañas; la oscuridad del abismo; el contraste entre los arboles; las plantas tropicales crecen junto a la cascada, que termina en un mar de espuma y de vapor; todo se reúne para dar a esta escena un toque indescriptible y grandioso. Según trabajo especial de Natalia Botero, Camila Lozano y Paula Soto, en un trabajo especial para la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, la historia se narra de la siguiente manera: - En 1923, al lado de la llamada creación divina, se construyó una casa inspirada en el Museo Nacional de Río de Janeiro; fue inaugurada en 1927 por una firma alemana. Su primer uso fue como estación terminal del ferrocarril del sur. Y luego empezó a girar en torno a ser una casa aristocrática de estilo francés, en donde solo ingresaba la primera clase de la élite capitalina. Para la época, era una construcción sorprendente, puesto que fue hecha en un precipicio y no se había conocido algo similar en el país; por esto, todo el mundo quería irla a conocer. Debido a la masiva visita de personas, se decidió convertir la edificación en un hotel, claro, muy exclusivo, donde seguía asistiendo solo la elite de Bogotá y personalidades de todo el país. Eran 1.480 metros cuadrados de construcción, cinco niveles, dos sótanos, dos pisos principales y mil leyendas que comenzaron a tejerse alrededor del lugar. Como hotel, funcionó hasta mediados de los años 50. Después, el Ministerio de Obras Públicas, como cosa rara, decidió vender la propiedad a un particular. A partir de ese momento, la construcción fue ocupada por varios dueños y ahí comenzó el degeneramiento de la casa; a lo que se le sumó la contaminación del río. El Salto del Tequendama fue la casa de mamuts hace millones de años. Este lugar prestó sus piedras para que un sin numero de personas de lanzaran a deshacerse de sus problemas. Recibió a las grandes plumas del periodismo para que cumplieran con contar centenares de historias, a través de la crónica roja. Fue lugar de recreación, de aguardiente y paseos sabaneros. Pero, durante años este rincón de Soacha padeció del olvido de los ciudadanos y de los gobernantes, las ventanas de lo que originalmente fue una estación de tren, luego hotel de lujo y después un restaurante eran cristales rotos y manchados. Convertido en Museo Sin embargo, un grupo de profesionales, llamado la Fundación Granja Ecológica El Porvenir, decidió restaurar la casona que está en frente de la cascada y diseñar recorridos para que los visitantes conozcan la fauna y la flora de este espacio; con lo que le cambió la cara y ahora este espacio se convirtió, además de un bello paisaje, en una casa museo. En su época de esplendor el Hotel contó con 15 habitaciones, de las cuales solo quedan cinco en uso entre el cuarto y el quinto piso. El acceso a ellas es por medio de una escalera de metal improvisada, ya que la original finaliza justo a la mitad del trayecto, sobre la entrada a la cocina. También aún se conserva una lámpara de techo grande a la entrada de la construcción. Hoy, la edificación ha reabierto sus puertas convertido en un museo; que seguro será una oportunidad para recordar el mito fundacional de los Muiscas, el pueblo indígena que habitó estas tierras antes de la llegada de los españoles. Cuenta la leyenda que el dios Bochica, tras un fuerte diluvio, golpeó con un bastón una muralla de piedras, desinundó la sabana y dio origen al Salto de Tequendama. Pero el verdadero éxito del museo ha sido recordar las historias de los fatales clavadistas que en seis segundos de caída libre, repetidos una y otra vez por varias décadas imprimieron una memoria trágica en un de los paisajes más bellos y lúgubres de Bogotá.
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